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La distancia entre el registro interno y el discurso engañado

Cuando pensamos en nuestros hijos estamos convencidos de que los amamos más que a nada en este mundo. Sin embargo para abordar la dimensión del desamor materno, tendremos que revisar nuestras propias infancias con el propósito de recuperar el punto de vista del niño que hemos sido. Quizás -luego- podamos comprender los puntos de vista de quienes son niños hoy.

Todos nosotros provenimos de historias de carencia respecto al amor materno. El problema es que el concepto de amor materno resulta difícil de aprehender ya que todas las madres amamos con el máximo de nuestras capacidades. Por eso el cálculo sobre la cantidad de amor prodigada no depende de lo que cada madre sienta que dio, sino que precisamos revisar al mismo tiempo la historia de amor o desamor materno de la época en que fuimos niñas -las madres-; y de las madres de nuestras madres y así hacia la cúspide del árbol genealógico. ¿Entonces encontraremos a la verdadera culpable? Claro que no, eso no importa nada. Pero sí precisamos reconocer a través de cada historia familiar cómo se ha acrecentado el dolor, la soledad y la ignorancia respecto a los asuntos amorosos y la transmisión de supuestos que han dejado a cada generación tanto o más desprovista que las anteriores.

Saber que provenimos de una familia con discapacidades a la hora de maternar y ofrecer cuidados según las necesidades genuinas que hemos manifestado, nos da la primera pista para comprender las dificultades que tenemos en la actualidad, con relación a las batallas emocionales, las depresiones, las adicciones o las enfermedades. Reconozcamos que lo más grave no es eso que nos acontece hoy, sino la falta de amor cuando fuimos niños.

Una y otra vez invitaré a los lectores a remitirnos a nuestras propias infancias, caso contrario anteponemos nuestras opiniones actuales y desvirtuamos la realidad de cada escenario vivido desde la lente de cada uno de los individuos que la componen. Insisto en que nuestra principal referencia será el niño -despojado de posiciones a favor de algo o en contra de otra cosa-. Los niños estamos confortables o no estamos confortables y eso nos remite a nuestra especificidad natural. Buscamos la objetividad del diseño humano para no caer en las subjetividades de lo que consideramos bueno o malo.

La cuestión es que llegamos al mundo y no sólo nos falta la comodidad de estar pegados al cuerpo de nuestra madre sino que además nuestra madre nombra nuestros estados naturales como molestos. Claro que no tenemos recuerdos conscientes del período en que llorábamos y nos dejaban durante horas en la cuna, ni de los brotes o manifestaciones que habremos expresado. Sin embargo contamos con aquello que nuestra madre ha dicho a lo largo de toda nuestra infancia. Que éramos llorones o exigentes, o que ella casi se muere por nuestra culpa, o que éramos débiles o terribles. En la mayoría de los casos eso que mamá ha dicho, no corresponde con nuestra realidad interna. Estos conceptos están descritos en mi libro El poder del discurso materno.

Así comienza un malentendido que va a perpetuarse a lo largo de nuestra vida: eso que mamá nombra no coincide con lo que nos pasa. Sin embargo cuando somos niños tomamos la palabra mediadora de nuestra madre -o de la persona maternante- para ordenar todo lo que pasa y todo lo que nos pasa. Si yo siento miedo y mamá dice que soy molesto…eso que siento (miedo) se llama “soy molesto”.

El registro interno -que es espontáneo- es la única conexión que conservamos con nuestro ser esencial. Es importantísimo. Es una información sutil respecto a todo tipo de vivencia. Ahora bien, si eso que mamá dice no corresponde con el registro personal, se avecina una catástrofe.

¿Por qué es tan grave?

Porque el recurso más genuino que tenemos para vincularnos con nuestro entorno, es el registro interno. Lo podemos llamar también el “sentido común”, o el “criterio personal”. Es lo que nos permite discernir y tomar decisiones del orden que sean. Pero si accedemos a una realidad distorsionada porque nuestra madre no ha sido capaz de mirar con lentes amplios y ha nombrado todo desde una perspectiva reducida, engañada o ciega; no lograremos encajar la vivencia interna con aquello que es nombrado. Luego será tan difícil sostener esa incongruencia, que rápidamente nos desconectaremos de ese registro interno, de ese hilo sutil que nos une con nuestra propia interioridad genuina y potente. Y si perdemos esa conexión, quedaremos emocionalmente vulnerables.

Laura Gutman